Rabiosa

Jose Luis López Torres

Rabiosa me está diciendo otra vez lo de su hijo. Ya no llora como las primeras veces que me lo contaba. La puerta del cuarto está abierta. Las dos puertas de la casa están abiertas. Hay un perro en la sala, y los pájaros se están comiendo las tortillas de la mesa. No sé si levantarme y correr al perro es una forma grosera de cambiar de tema.

Ella hubiera sido una mujer exitosa. Es pregunta.
Porque verla es ver una chica promesa; ella "volverá a intentarlo, estudiará de nuevo, seguirá con su trabajo, tendrá éxito". Ojalá pudiera superar la muerte.

Si realmente superara sus muertos no lloraría en el éxtasis, en sus logros. Ya lo veía venir, iba a llorar, lo sé. Ahí es cuando yo debía decirle que conmigo resolvería todo; se "olvidaría de ellos, seguiría un camino prudente, nos esforzaríamos juntos pero lo resolveríamos al fin".

Pero ella es solamente una promesa. O quizá no la veo con seriedad; estoy enfermo y no puedo dejar de verla como una mitómana.

Hay un serio problema con los hombres. Es pregunta.
Pero si lo hay o no quizás sí hay un serio problema conmigo. Porque estoy a disgusto con su temperamento. Quisiera que estuviera bien, que no llorara; que no me joda pues. En vez de seguir pensando en ayudarla.

Pero veamos, ¿hay alguna razón por la que yo debería ayudarla?
Pues porque ella te está dando su tesoro, dirán.
Que porque te está dando su tiempo.

El tiempo es oro, la convivencia es negocio. No sabía que cobraba.

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